Una Navidad, mi abuela me regaló un collar de perlas hermoso. Brilló alrededor de mi cuello, hasta que un día se cortó. Las perlas saltaron por todo el piso de madera de nuestra casa. Gateando, recuperé cada pequeña esfera. Separadas, eran pequeñas, pero ¡ah, cuando estaban juntas, esas perlas impresionaban mucho!
Me desperté en plena oscuridad. No había dormido más de 30 minutos, y en mi interior sentía que no me volvería a dormir pronto. El esposo de una amiga estaba en el hospital, tras haber recibido la temible noticia: «El cáncer ha vuelto… ahora en el cerebro y en la columna vertebral». Todo mi ser se dolía por ellos. ¡Qué carga tan pesada! Y aun así, mi espíritu se reanimó con mi sagrada vigilia de oración. Se podría decir que me sentí con una carga hermosa por ellos. ¿Cómo puede ser?